ESPACIOS VACÍOS
Exposición individual por Mar Vasquez

Mar Vásquez no habla de lo que está, sino de lo que ya no está. En su exposición individual, la artista explora los vacíos que las personas dejan en nuestras vidas, esos espacios que, aunque deshabitados, siguen resonando con ecos de presencia. Cada espacio es una cartografía de la ausencia, un intento de mapear la melancolía, de dar forma al silencio que queda cuando alguien se va.
A través de once obras de espacios abiertos y cerrados en tonalidades de azul —ese color que oscila entre el luto y la nostalgia—, la artista explora los vacíos que las personas dejan en nuestras vidas, no como huecos, sino como presencias invertidas. El elemento recurrente es una silla: objeto cotidiano que aquí se transfigura en símbolo de la ausencia, en un no-cuerpo que, paradójicamente, ocupa todo el espacio pictórico.
La silla abandonada en la arena no solo evoca a alguien que se fue, sino también la desaparición de uno mismo, ese instante en que nos volvemos espectros de nuestra propia historia. En la bañera, la silla carga con hojas de música sin dueño, melodías que ya nadie tararea, restos de conversaciones íntimas que ahora solo resuenan en el silencio. La melancolía se intensifica en el estudio, donde dos sillas frente a un reflejo del mar congelan metas compartidas que el tiempo convirtió en recuerdos.
Pero no todo es nostalgia. Aparecen escenarios como recuerdos de una caminata por Barranco, donde la silla se enfrenta al espectador con el miedo al vacío, ese silencio que crece cuando ya no hay voces para llenarlo. La culpa emerge en un Bodegón donde los objetos dispuestos sobre la silla, son vestigios de decepciones propias y ajenas, como un altar profano a los pecados cotidianos. En una sala donde se camufla un gato, la silla vacía ya no espera a nadie: es la artista misma la que ha desaparecido, borrada por el duelo de una pérdida que la devastó.
Un dormitorio inundado, es una confesión íntima: las botellas vacías y el mar que irrumpe por la ventana simbolizan la distimia, ese peso líquido que amenaza con ahogarla. En contraste, "El puente Villena Rey" y "El puente Chilina" son viajes suspendidos en el tiempo, donde las sillas se convierten en testigos mudos de caminos que se bifurcaron y amores que dejaron cicatrices.
La exposición culmina con un gran cataclismo, una ola que amenaza con arrasar las sillas en la playa. Aquí, el azul ya no es melancolía, sino furia: el deseo violento de borrarlo todo, de dejar atrás el peso de la memoria. Mar Vásquez no pinta la pérdida, sino lo que queda después de ella. Sus sillas no están vacías: están llenas de todo lo que ya no está.
Jonathan Taipe
